miércoles, 16 de mayo de 2012

Ruas de Saudade

Llegará un día en que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza - Paul Géraldy

Al son de unos fados de Antonio Zambujo, unas mornas de Cesaria Evora y bossas de Thiago Pethit, abro el baúl de fotografías digitales y camino nuevamente sobre esas calles,  esas inolvidables ruas de saudade..... 







Era una fría noche de Diciembre, las personas caminaban resguardándose de la lluvia, mirando más allá del pavimento como si el agua les aclarara las dudas. Se escuchaba a lo lejos en una esquina solitaria cerca al Puente Dom Luiz un canto melancólico, parecía proveniente de las paredes, como si lloraran para no ser olvidadas por aquellos viajeros que pasaban descubriendo sólo sus fachadas. 
Faltaban unas cuantas noches antes de partir, y allí, en aquel pequeño cuarto en pleno Centro,  la ciudad se me desenmascaró. Es como si la ciudad se volviera tan normal para sus habitantes, que la única manera de aislarla para que se apreciara detenidamente fuera su captura y exhibición. Dicen que lo que caracterizó a Van Gogh fue su forma particular de ver los girasoles, lo que distingue a un buen viajero es su habilidad para ver aquello que nadie más ve; y como repartir noticias es parte de la naturaleza de ellos, escribo para mi, para ti, para Porto.

 Se precisa esa mirada que todo lo capta, que traspasa más allá las acostumbradas trabas que los viajes implican, los más íntimos miedos y frustraciones expuestos a su máximo esplendor; para leer cada una de sus calles, cada una de sus gentes y entonces encontrar una palabra que capture la esencia de aquel pedazo de tierra al que entraste como huésped. Para Thomas Struth, fotógrafo alemán que capturó diversas calles desde Shangai y St Petesburg hasta Lima y Nueva York, los edificios que nos rodean y las calles que caminamos son un reflejo de la mentalidad de sus habitantes y del momento que se vive en ellas.

Para mi sorpresa esta terrinha, bañado de un río de ilusiones en tiempos de crisis, ya tenía esta palabra merodeando los aires y aromas de sus calles, esa saudade que no es preciso entender sólo sentir.

Dizem que a saudade é algo difícil de explicar…
A saudade mora no lugar onde o teu corpo se demora
E não vem.
A saudade tem a  cor da tua pele,
O tom da tua voz - saudade de nós
A saudade não marca hora na agenda do dia
Nem vai embora.



El escritor portugués Manuel de Melo bien la definió como el «bem que se padeçe y mal de que se gosta» (bien que se padece y mal que se disfruta), esa melancolía casi silenciosa que se sentía en la ausencia de sus espacios abiertos  y calladas esquinas, en sus sublimes fados, en su arte introspectivo, en  sus enigmáticos poetas, y hasta en los besos de sus amantes. 





Rondaba por sus grandes avenidas, donde las pequeñas callejuelas con sus fríos y cenizos azulejos de filigranas postrados en sus casas y edificaciones iban contando la historia de la ciudad sin palabras.

Se encontraba en la Rua Santa Catarina, una calle en el Centro de Porto, en donde en las mañanas el arte y el comercio se mezclaban para atraer a todos los turistas que deambulaban por la zona y, en las noches se convertía en epicentro de errantes melancólicos que se reunían en sus más escondidas casas de fado.
O en la Rua Miguel Bombarda que albergaba el encanto de los artistas emergentes que buscaban espacios para comunicar su arte;  en sus numerosas galerías, en plena calle que hacía de tarima para saxofonistas y guitarristas y hasta a través de sus paredes bañadas de tinta.


 Estaba escrita en su música; en sus bazares de morna, esa especie de blues portugués traído directamente desde la isla africana de Cabo Verde, que en voces como la de Cesária Evora pusieron a bailar a más de un lusoparlante. O en el aclamadísimo y sublime Fado, que no era preciso entender su letra, sólo dejarse seducir por sus compases.

Era como si cada uno de sus habitantes compusiera su propia canción, pero sólo las grandes voces como la de la inmortal Amalia Rodriguez o el reciente Antonio Zambujo, acompañados de una guitarra le añadieran melodía a sus letras y convirtieran las suyas en obra maestra. Cantos al descubrimiento del amor, a la nostalgia, a la frustración, a las pequeñas historias del diario vivir de los barrios humildes que hacían palidecer hasta al más temible estoico.

                

Se sentía hasta en los jóvenes de esta época,  que distraían al insensible consumismo americano con su romanticismo de antaño. Estudiantes con largos trajes negros  que fueron inspiración de cuentos de brujos y hechiceros. Era preciso encontrarlos un sábado por la noche sorprendiendo a turistas con sus cantos y guitarras para poder ganarse los centavos que le permitieran dar rienda suelta a una noche íntima de amigos, vino y melodías.



  Estaba plasmada en sus escritos, en el enigmático escritor portugués Fernando Pessoa que para huirle se inventaba peculiares heterónimos. Cuando no era Álvaro Campos, Ricardo Reis, o Alberto Caeiro, sus más famosas personalidades, Pessoa  reflexionaba sobre la relación entre verdad, existencia e identidad.
“Caminar por estas calles, hasta que la noche caiga, mi vida se siente como la vida que ellos tienen. De día, están llenas de actividades sin sentido; de noche se cargan de la falta de sentido. De día soy nada, de noche soy yo. No existe diferencia alguna entre estas calles y yo, salvo que ellas son sólo calles y yo soy alma, lo cual tal vez es irrelevante cuando tomamos en consideración la esencia de las cosas.”

 Los famosos tripeiros, habitantes de Porto, se ganaron el apodo gracias al sacrifico de la ciudad, quienes en la Conquista al Ceuta mandaron la mejor carne a sus tropas, y el pueblo terminó comiendo los despojos,  lo que dio origen al famoso plato tripas a modo do Porto.  Un pueblo amable, de voz fuerte que se resquebraja ante melodías y añoranzas; con una nostalgia por lo que fue, por lo que no llegaron a ser.  Un pueblo envuelto en los enredos del mar, en busca de aguas tranquilas y de nuevos parajes que le den razón para creer, como alguna vez navegaron encontrando la ruta hacia la India.

También fui yo lanzada en la inmensidad del océano,  parando en este Patrimonio Mundial que una vez fue puerto obligatorio para la entrada al país. Un paraje que casi te obliga a permanecer sola para sorprender tu propia compañía. En esa fría noche de Diciembre el agua me despejó las dudas, la saudade ya estaba en mi, quedó tan marcada como el amante que por siempre merodea en tus sueños. Calla ahora y la sentirás, o visita más allá de sus paredes para que descubras que es cierta.






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