A Alicia siempre le gustaba comerse la cereza de primero…
El frío en ese cuarto oscuro y una pequeña cobija fueron los
únicos testigos de aquella promesa. Aún hoy sólo se fían de sus recuerdos para
revivir el apasionante encuentro con el que tantas noches atrás habían
imaginado sólo en sus sueños.
La luna seguía su curso y se ocultaba con quejumbroso pesar.
Sus cuerpos entrelazados, sentían las pulsaciones nerviosas al sentir la caricia
inclemente del otro; él jugueteaba con su cabello, ella sofocando su
respiración olía su aroma natural, volviendo a sentirlo suyo al menos en aquel
ahora.
Poco a poco las palabras iban siendo sustituidas por un
erotismo onírico cargado de sentimientos encontrados y carencias
almacenadas. Sus bocas se encontraban en un intermitente y mojado beso,
sus cuerpos se degustaban en exaltación de placer, se deslumbraban ante los
nuevos ademanes prendidos de sus sustitutos y se ilusionaban en crear vida con
tan mágica unión.
Erase una vez la historia de dos solitarios con almas
parecidas, reencontrados en un bar atestado de gente. Al calor de unos tragos
de ginebra, su bebida favorita, charlaron por horas hablando de trivialidades,
evitando cualquier tema que dejara expuesto sus sentimientos. Dejando a un lado
la razón dieron paso a la más incrédula forma en que actuara el corazón.
Y culmino con el comienzo para que esta historia no tenga
fin.
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