martes, 21 de febrero de 2012

Princesa Desnuda



Con esta alma de vieja que llevo a cuestas, hoy a la entrada de mis 25 años descubro que la edad es  un mero reflejo de lo que llevamos por dentro. En uno de estas epitomas de la vida, cuando el pico después del 2 te sacude, recordándote que estás pronta a entrar a la edad en la que te puedes quedar como solterona, indago un poco ese fugaz pensamiento que también pasó por mi cabeza esta mañana.

 Alcanzo a entender un poco a las mujeres de mi generación y su impulsivo afán por conocer al hombre de sus vidas de la manera más Shakespiriana posible; de repente pasen la calle sin precaución alguna y un buen mozo caballero las salve de ser atropelladas, se casan y tienen los hijos que siempre soñaron. Entiendo. Entiendo que esta opción es quizás por esa necesidad de amar a alguien sobre todas las cosas, esa especie de seguridad que las anestesie ante los rumores de sus amigas, esa búsqueda de estabilidad que las salve de las tantas dudas existenciales que pasan por su cabeza.  

A lo mejor serán felices y tendrán la tranquilidad del buen proceder moral, pero no me satisface esta opción porque no me lleva al éxtasis, porque como buena lectora que soy, preciso de más aventuras en mi historia. Preciso de más sapos para besar para entonces elegir al que quiero convertir en príncipe, preciso de muchos luzcos fuzcos en distintas playas alrededor del mundo, preciso de más dolor para sentirme más humana y escribir como lo dicta este sentimiento.

Hoy con la gracia que me ha concedido la naturaleza, mi belleza de juventud, mi educación, mis pequeños placeres y sobretodo mi libertad para escoger, escojo una vida en la que los años no dicten sentencias, y que cuando las arrugas decoren mi boca, un buen hombre esté ahí para divertirse con mi historia y de paso sellarlas con un beso.

miércoles, 15 de febrero de 2012

El Diario

Kafka decía que al escribir un diario "uno se entera con tranquilizadora claridad de las transformaciones que sufre constantemente", esa clase de espejo que sin reglas ni etiquetas va guardando las huellas de nuestro rastro. El mío me lo trajo mi amiga Penelope de la India, es de hojas recicladas envuelto en dos corchos enigmáticamente tallados; está repleto de historias de ilusión, desamor, miedos, y una que otra travesura.

Debo confesar que al principio le costó como en cualquier amistad que le revelara mis secretos, comencé con códigos de palabras interpuestas para disfrazar hasta lo que me dictaba la mente. Hoy más que nunca la mano que en él se empuña se mueve con más fuerza, desalojando certezas por dudas indiscretas. En cambio ahora pienso lo que voy a escribir aquí, porque quizás la falta de silencio es la clave esencial para comprender la superficialidad a la que nos hemos acostumbrado a vivir.

No es esta una historia del montón, si bien ahora, sólo las bellas locuras se presentan a través del tiempo en otra diagramación.