martes, 18 de febrero de 2014

Te quiero libre, Eros

Lo conocí en la Ciudad Herótica. Pensé que sería la compañía perfecta para una noche en la que hacía gala de una libertad sin precedentes. Bailábamos, reíamos, soñábamos, cantábamos sin preocupaciones, quizá con el corazón embolatado, pero al fin y al cabo, libres.

Después de unos días me invitó a salir, no pensé que iba a quererlo para más que una de esas amistades que le hacen las horas más amenas a sirenas soñadoras como yo. Hablamos de unicornios, de rainbow brite, y de los recortes de imágenes que teníamos para atraer los tantos planes que cada uno quería llevar a cabo.  

Tenía los ojos más profundos que he visto, sus manos parecían haberlo vivido todo y aún así rozaban con la misma suavidad de un niño, y sus labios... hmmm sus labios. Era apasionado y sus palabras cargaban ternura y un EROtismo difícil de explicar.

Nos dimos cita una semana después en la montaña tropical más alta del mundo, ahí, más cerquita a las estrellas. Nos prohibimos prohibir y dimos rienda suelta a la libertad en su máxima expresión. No pensé que ese mágico escenario, y su cuerpo perfectamente encajado al mío, me iba a hacer quererlo para más que un encuentro loco, furtivo y apasionado.
Pero poco a poco las palabras tímidamente se iban dilatando y las fuimos sustituyendo por miradas; nos miramos, hurgando hasta adentro, con ojos de posible futuro. Y ahí estaba yo, desarmada, aterrorizada, empezando a quererlo.

Empecé a quererlo para reir con su humor negro, para escuchar su risa con mis ocurrencias, para descubrirlo, para saborearme sus besos, para disfrutar su “lomo al trapo” y sus langostas improvisadas, para que me acompañara aún en mis otros mundos, para escucharlo aún cuando no dijera nada, para que me hiciera su princesa.

Es una fuerza mágica que se ha apoderado de mí; de mi cuerpo, de mi ego, de mis días. Yo lo llamo Eros, sí, ese ángel desnudo, hijo de Afrodita y Eres, que no conoce de lógica ni de razón, no entiende de pasados, no avisa su llegada ni advierte su partida.

No lo esperaba, ya me había acostumbrado a su invisible presencia y sus torpes disparos hacia el vaso que llevaba en la mano, a su flecha que despeinaba mi cabello, a todo cuanto apuntaba, menos a esa parte que nos vuelve tan vulnerables y nos hace más difícil nuestro ejercicio de libertad.

Y aquí estoy queriéndolo para vivir intensamente, para que desafíe mis miedos, para creer que es posible, para animarlo en los días de mierda y apoyarlo con mi optimismo, para pellizcarlo y joderlo en las noches, para que me inspire nuevos escritos, para extrañarnos, para deleitarnos en nuevos placeres, para abrir nuestros mundos y para que seamos libres, juntos.